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"A mi hijo lo salvó la Virgen de la Capilla, estoy convencida"

"A mi hijo lo salvó la Virgen de la Capilla, estoy convencida"

Por Javier Cano - Mayo 05, 2024
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A Úrsula Colmenero Domingo (Jaén, 1958) le quedan pocos meses como hermana mayor de la Ilustre, Pontificia y Real Cofradía de Nuestra Señora de la Capilla, patrona principal y alcaldesa mayor de la ciudad.

En pleno mes de las flores, la máxima responsable de la hermandad (y vicepresidenta de la Agrupación) hace balance de su mandato, repasa la historia de su devoción familiar y comparte con los lectores de Lacontradejaén el porqué de su mariano enamoramiento.

—¿Úrsula o Suli?

—Me pusieron Úrsula por mi abuela, y Cheché (de la Sección Femenina, muy amiga de mis padres) dijo: —"¡Uy, ese nombre es tan largo para la niña...!: Suli. Ella fue la que me puso ese nombre, y desde entonces todo el mundo me llama Suli.  

—¿Si la llaman Úrsula, se reconoce?

—Sí hombre, me vuelvo, pero generalmente poca gente me llama Úrsula. Mi marido, cuando se enfada, me llama Úrsula [ríe], para darle más potencia al enfado. 

—Ha llegado a esta entrevista resoplando, casi sin aire; si a eso se le añaden los tres tramos de escaleras que ha habido que subir para llegar al ático de la Casa Museo de la Virgen de la Capilla y la agenda de mayo que se gasta su hermandad, con el mes de las flores, las cruces... ¿Llega también así a sus últimas fiestas patronales como hermana mayor? ¿Qué balance realiza de estos años?

—He trabajado muchísimo, porque en esta cofradía hay que trabajar muchísimo, pero lo he hecho por Ella, por la Virgen, que me ha dado más de lo que yo le he dedicado. 

—Son las hermandades de Pasión las que tienen fama de no parar durante todo el curso cofrade; sin embargo, por lo que afirma Suli Colmenero, va a ser que nones.

—La Virgen de la Capilla no para. Ahora estamos en el grueso del mes de mayo, con la Cruz, el mes de las flores, luego llegará el rosario de San Bernabé, la corte de honor (los chirris y las pastiras), en invierno tendremos el belén, para que el que tenemos que turnarnos durante tantos días; los sábados venimos a las sabatinas, lo mismo que los días 11, y atendemos a la gente que quiera venir a conocer la cofradía, la casa museo.

—Esta casa museo, entonces, ¿es visitable durante todo el año?

—Todo el año. El otro día vino el nuncio del Papa, con el señor obispo; nos visitó, y nosotros encantados. Un poquito nerviosos al principio, pero creo que aprobamos en protocolo, se fue encantado. Le regalé el libro de la Virgen de la Capilla de Vicente Montuno Morente. Y el obispo de Jaén, que solo conocía la planta baja (donde se cambian para la procesión de los cabildos), no imaginaba todo lo que contenía esta casa museo.

—Mucha actividad, según la hermana mayor: ¿eso es porque la cofradía está boyante en cuanto a miembros, o debería de haber más cofrades tratándose de la patrona de la ciudad?

—Esta cofradía ha sido siempre de los abuelos, de los padres, que llevaban esa estela a los hijos. En mi casa, por ejemplo, si tengo once nietos, mis hijos, mis nueras..., ¡imagínate los recibos que pagamos en casa! Luego mueren los abuelos y unos cofrades se quedan y otros, se van. Son los tiempos que vivimos.

—¿Qué quiere decir exactamente, señora Colmenero?

—Pues que en estos tiempos, lo que sea nombrar algo religioso la gente lo recibe como si le echaras un jarro de agua fría. Intentamos llevarlo todo lo mejor posible, no hemos subido las cuotas después de muchos años, se pagan solo veinte euros al año, ¿qué supone eso? Pero hay gente que entre lo poco religiosos que son ahora y otros que han fallecido, no estamos como se debería. 

—Qué jaenero eso del mes de las flores, Suli, qué ensolerado ya. Lo mismo que su apellido paterno, Colmenero. Huele a campo, a labradores antiguos del barrio de San Ildefonso. 

—Claro. Mis bisabuelos tenían una casa ahí en la calle Sevillanos (que ahora es Melchor Cobo Medina); yo no los conocí, porque murieron muy jóvenes y, entonces, mis padres se quedaron con la casa de los abuelos, y allí nací yo (antes no se nacía en las clínicas). Fíjate la casualidad: nací un domingo que la Pastora estaba pasando por la puerta.

—Más jaenera ni más labradora no puede ser la escena...

—Más jaenera no puede ser, sí. Mis padres han estado muy vinculados con San Ildefonso, ellos tuvieron su negocio en la misma plaza, y mi padre era íntimo amigo de don Manuel Maroto: recuerdo que día sí día no, estaba comiendo en casa. Los domingos salíamos de misa y nos subíamos un rato a acompañarlo, las cosas que hacían los padres antiguamente. ¡Ahora le dices a los hijos que vamos a ir a casa de una persona a sentarnos...!

—Esas visitas entrañables de las que escribió el mismísimo Rafael Ortega Sagrista en sus Escenas y costumbres de Jaén, elevándolas a poética materia costumbrista.

—Esas visitas que hoy en día ya nadie hace. Pero mis padres sí, toda la vida. Siempre hemos estado muy vinculados a San Ildefonso. Mi padre me dejaba ahí en la plaza, en la Viña de Eleuteria [una vieja tabernilla], el local donde mi padre tenía su negocio. Era una casa llena de gente para arriba y para abajo, de tías mías. Y siempre viviendo la Virgen de la Capilla. 

—Esa devoción ha sido capital en su familia, ¿verdad?

—A mí me cristianaron ante Ella, bajaron el manto de la coronación y me pasaron por él. ¡Te puedes imaginar! Visitábamos a la Virgen todos los días, antes de entrar a casa.

—En aquellos años seguramente jamás llegó a imaginar que, pasado el tiempo, llegaría usted a gobernar la cofradía de su 'vecina' la patrona.

—No, no. Eso vino después, yo me casé joven, tuve muchos embarazos y hasta después de todo eso no empecé a meterme en la cofradía, cuando ya tenían los niños un poquito más de edad. Enseguida entré de camarera, pero jamás pensé que iba a pasar esto, que Enrique Caro, ahí en la entrada del supermercado, iba a decirme: —"Tú ya eres la vicepresidenta". Me lo dijo así. 

—Le tocó a usted, precisamente, tomar el testigo del recordado pediatra jiennense, que falleció en 2017, en pleno ejercicio del cargo. ¿Cómo vivió ese momento, inédito hasta entonces en la hermandad?

—Fueron días muy tristes y tuve muchísima lucha; además fui muy criticada en muchos sentidos.

—¿Criticada? ¿Por qué?

—Porque cuando me llamaron, a las dos de la mañana, para decirme que había fallecido Enrique y bajé al tanatorio, en mi vida había pasado yo un rato tan malo: por el cariño que le tenía y, también, porque me di cuenta de lo que me venía. 

—¿Pero por qué la criticaron, Suli? Tiene usted en ascuas a los lectores. 

—Porque nada más entrar al tanatorio me di cuenta de que la sala se quedaba pequeña, ni siquiera cabían las coronas (él era muy conocido en Jaén), y no sé si fui valiente o atrevida pero, tras preguntar si podía hacerlo, decidí subirme a Enrique a esta casa museo, Entonces me dijeron que yo no era nadie para hacer eso.

—¿En qué quedó la cosa, finalmente?

—Yo les dije que del escalón de la casa museo para adentro, yo era soberana para hacer lo que quisiera, que no estaba en la iglesia y que aquí Enrique estaría mejor, y su familia. Ningún hermano mayor había fallecido en su propio mandato. 

—¿Le costó asumir su nuevo papel de máxima responsable, o fue pan comido?

—Yo sabía de organizar a las camareras, pero no cómo funcionaba la cofradía. Muchas noches en vela, algunas noches lloraba y me decía mi marido: —"¿Pero tú quieres esto?".

—¿Su respuesta?

—Que si la Virgen me lo había puesto...

—De eso hace seis o siete años, y ahora está usted a pocos meses de decir adiós al cetro de mando. ¿Cómo lo lleva (no el cetro, sino lo de tener que irse)?

—Tiene que entrar gente nueva, y además no soy perfecta. Sí digo que he sido una mujer a la que le ha gustado tener todo esto de la cofradía muy organizado: las cuentas, que siempre le he dado a don Carmelo [Zamora Expósito, el capellán] y le seguiré dando hasta que el señor obispo nombre a quien tenga que ser. Y como mujer que soy... 

—Cuente, cuente...

—Pues que no teníamos fabricanía, por ejemplo, y tuve que alquilar una, porque lo teníamos todo metido en el salón de actos. Un salón de actos que arreglé perfectamente. He restaurado muchísimos mantos, los angelitos que antiguamente llevaba la Virgen en el trono (que parece ser que tenían gran valor y ahora están en el altar mayor); la Academia Bibliográfica Mariana, que estaba cerrada; a mí me parecía que las personas que forman la academia son muy ilustradas y que la Virgen de la Capilla se merece que esa institución siga, no me gustaría que desapareciera.

—Ya que reivindica su papel como mujer en la hermandad de la patrona, esta cofradía puede presumir de haber tenido féminas en su junta de gobierno mucho antes que cualquier otra, ya por los años 80 del pasado siglo. En este aspecto, Suli, ¿el camino como hermana mayor estaba allanado para usted, o se ha encontrado 'sorpresas'?

—Yo no soy de esas mujeres que dicen que para nosotras todo es más difícil, pero ha habido momentos que me he sentido un poquito desplazada. 

—¿De veras?

—Sí, a la hora de hablar de la cofradía preferían hacerlo más con los hombres, pero a mí me daba igual, nunca he entrado en problemas. 

—Esa actitud, ese soportable ninguneo al que se refiere habrá cambiado con el paso del tiempo, ¿verdad?

—No, no, no ha cambiado. Yo he asistido a muchas juntas de gobierno muy difíciles, muy complicadas. Llevo a gala que en mis juntas de gobierno nunca se ha levantado la voz, eso sí; si a alguno no le ha venido alguna cosa bien, pues ya está, ya le vendrá. Antiguamente, las mujeres de la cofradía siempre estábamos cuando nos llamaban a las doce de la mañana, pero los tiempos han cambiado y todas hemos estado ya trabajando, no puede ser como antes.

 —Ahora que habla de mujeres trabajadoras: ¿qué ha hecho Úrsula Colmenero Domingo en la vida, laboralmente hablando?

—Estudié en las carmelitas, luego entré en la Escuela de Arte José Nogué e hice Decoración y obra menor; después me fui a Madrid, hice la Superior de Decoración y he estado trabajando con muchísimos proyectos. Mis suegros, además, tenían campo y se empeñaron en que me hiciera cargo de organizar las cosas del campo. Luego, mi marido y yo nos hemos metido en temas de energías renovables. Tuve también una tienda de decoración, en La Carrera. Y siempre atendiendo a mis hijos, que me ha gustado mucho, mi marido y yo hemos estado muy encima de ellos, que es lo que más me ha gustado: ser madre de familia. No he sido nunca una mujer perezosa. Ni lo soy, eso de de los Colmeneros. 

—Gente nerviosa, inquieta.

—Sí, no podemos estar sentados.

—Se avecinan sus últimas fiestas como hermana mayor, ¿qué mensaje enviaría a los jiennenses para que la devoción a la patrona no decaiga?

—Siempre he sido muy mariana, todos lo hemos sido en mi casa. Y yo, desde pequeña, muy pegada a la Virgen de la Capilla, que además me ha hecho milagros. 

—Algún favorcillo que usted achaca a su intercesión, quiere decir...

—No, no: milagros. A mi hijo Lolo, mi chico, le gustan mucho las bicicletas, tenía un grupo de amigos y en Granada, por el campo, pilló una piedra y se cayó por un tajo. Los amigos empezaron a marearse ante una situación tan caótica, llamaron a Protección Civil, fue la Policía y bajaron a buscarlo. 

 —¿Cómo lo encontraron, en qué estado? Habla usted de un tajo, de una caída importante.

—Estaba en una especie de hendidura y se sorprendieron muchísimo al encontrarlo allí perfectamente. Cuando me dieron su traje de ciclista en el hospital, no tenía ni un roto, y eso que había caído rodando entre matojos, contra las piedras. Solo tuvo un arañazo. La Virgen lo envolvió en su manto, estoy convencida, no era normal lo que había pasado y así me lo dijeron tanto la Policía como Protección Civil. De eso hará unos siete años.

—O sea, que este es el mensaje que envía Suli Colmenero a sus paisanos. Y a buen entendedor...

—Eso.

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